28 junio 2005

Un poco de Góngora

Les traigo desde la memoria de una materia abandonada unos versos del poeta más rebuscado de la lengua española: el señor Góngora. Les cuento un poquito, antes de largarlos a la poesía. El señor este, se jactaba de ser el MAS culto, el MAS grosso, el MAS más de todos... y quería que esto se refleje en su poesía. ¿Qué hacía para lograr este reflejo de erudición? Bueno, tomó al Latín como parámetro de cenit intelectual y adaptó estructuras y palabras del español al latín y viceversa. Armaba estructuras sintácticas en latín y le ponía palabras en español, alteraba el orden de construcciones super encriptadas... cosas así... de rompe pelotas, nomás.
No, a decir verdad detrás de este quilombo gramatical hay todo un intento por enaltecer el habla de su época, que si mal no recuerdo (estructura muy gongorina) se sitúa en la decadencia de España ante el ascenso Inglés como gran potencia.
Por último, recalco un recurso usado por Góngora, un heroísmo de poeta, que sitúo principalmente en el verso que dice “El céfiro no silba, o cruje el robre.” Aquí hay una de estas modificaciones de las que les hablé, en la modificación de la palabra roble, trocada en “robre”, solo porque suena mejor. Lirismo puro… o no tanto, porque si se fijan, este verso es bipartito, por un lado la parte en que Sopla el Céfiro (las eses fonéticas simulan el viento), y por otro la parte en que cRuje el RobRe (las eres fonéticas simulan la madera astillándose).
Magico.
A propósito y a modo de ubicación, estas estrofas describen cómo la belleza de Galatea tiene embobada a toda la población, y cómo la naturaleza misma parece detener su correcto funcionamiento para contemplarla.

Fragmento de la “Fábula de Polifemo y Galatea”

21

Arde la juventud, y los arados
Peinan las tierras que surcaron antes,
Mal conducidos, cuando no arrastrados,
De tardos bueyes cual su dueño errantes;
Sin pastor que los silbe, los ganados
Los crujidos ignoran resonantes
De las hondas, si en vez del pastor pobre
El céfiro no silba, o cruje el robre.

22

Mudo la noche el can, el día dormido
De cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero balido,
Nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase —y fiero deja humedecido
En sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño,
El silencio del can siga y el sueño!