03 noviembre 2005

Actitud

Últimamente siento que los lazos que me unen con los demás son cada vez más débiles.
Ya no me cuesta tanto como antes pesar un mundo sin alguno de mis amigos o amigas, o sin mis padres, y mucho menos, sin mí.
Se han ido cortando los hilos que me unían al resto. El individualismo se ha manifestado.
Encarar esta situación es algo realmente difícil. Hace falta planear un procedimiento que permita procesar estas pérdidas. Este procedimiento es el que intentaré explicarles en lo que sigue del post.

Culpo a la sociedad. Así de fácil. Fue ella, ella me aisló. Ella y sus conceptos de belleza, de alegría, de simpatía, de respeto. No puedo adaptarme a esos autoritarios parámetros, me quedé afuera.
Pero dudo que yo sea el único. Después de todo, estas cosas que me han aislado no son nada más que eso: parámetros.
No existe en el mundo una sola persona bella. Hay quienes se acercan al parámetro mutante de la belleza. O al de la inteligencia, o al del carisma.
No nos engañemos, no somos ni bellos, ni horripilantes.

Déjenme contradecir o dicho líneas arriba. La sociedad no me ha aislado, de manera alguna. Más bien, todo lo contrario, me ha agrupado en la sección “marginados”, ha borrado mi cara, y puesto un rótulo. El mismo procedimiento hizo con las personas felices, cambiando el rótulo, desde ya.
Es hora de romper con eso.
Basta.

Pero para romper los rótulos y etiquetas, no podemos caer en lo burdo de una depresión, o de lamentos acerca de nuestra marginalidad. Hay que cambiar las reglas del juego.
Se trata de no decir más: soy un paria. O: desearía ser feliz, ajustándome a los parámetros y estándares de felicidad que presenta la sociedad prefabricados.
De esa manera no se hace más que cambiar una etiqueta por otra.
Ataquemos como buenos postestructuralistas, de manera oblicua.
¿Qué se interpone en nuestro camino? ¿La idea de un amor estable y romanticista? Reconozcamos este tipo de amor como un parámetro tan válido como cualquier otro, que a fin de cuentas no es más que un medio para alcanzar la felicidad. Tiene que haber otras maneras de tocar ese cenit. Entonces, corramos a un lado ese concepto, usémoslo como herramienta, engañemos seduciendo, informémonos al respecto y usemos al amor como daga para matar al amor mismo.
Hace tiempo, cuando preparaba un ensayo sobre las contradicciones discursivas en el Génesis, me sumergí en todo libro eclesiástico que pasaba por mis manos, a pesar de mi condición de agnóstico. Esta actitud es la que se debe tener en cuenta.
La meta: pasarla lo menos mal posible.
Las herramientas: todo. Conceptos, estratagemas, mentiras, confesiones, lagrimas, violencia.

Parias nunca más. Tristes sí, es una manera de ver el mundo, una manera de procesarlo. Pero hagan de su tristeza una herramienta. Gócenla. Pásenla bien con su tristeza, o con su conformismo, o con lo que sea que los caracteriza. Pero inferioridades al tacho. Las jerarquías propuestas por la sociedad carecen de fundamentos, es estúpido apegarse a ellas como a algo Divino.

El mundo por delante.
Somos inmortales hasta que se demuestre lo contrario.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Claro que sí! Tomemos el cielo por asalto! Hay que romper los límites estrechos de una sociedad cuadrada y para hacerlo tenemos que apropiarnos de sus armas. Eso nos enseñó la posmodernidad no? Foquismo o lo que quieras, la idea es romper. El lugar del fracaso es fracaso.
El amor puede ser muy romántico o una suma de conexiones químicas cerebrales, fermononas y ganas de hacer menos miserable la existencia sabiendo que alguien la comparte con nosotros.
Entonces empecemos, que podemos ser más felices. Lo digo por experiencia.

Ferdinand Mortnais dijo...

Algun día leete al inclasificable (postestructuralista, según algunos) Pierre Bourdieu, que dedicó su vida a denunciar lo oculto, lo subyacente, lo negado, de nuestra vida social. Genial, desde la carrera que elegiste, hasta la música que escuchas, pasando por las fotos que sacás. Todo explicable por medio de esa ciencia de los primeros principios.