10 abril 2006

Un post de relleno.

Prólogo.

Hoy Juan está confuso. Hoy, esta noche, Juan oscila entre bien y mal. Entre la depresión y el éxtasis. Hoy Juan no sabe para donde disparar, así que dispara hacia el blanco de una pantalla de computadora lista para ser llenada. Dispara hacia un lugar en blanco, que dista en su calificación de identificarse con el sustantivo homónimo. Un blanco, en el sentido balístico de la palabra, es algo que se recorta de un fondo. Es algo a lo que se apunta separándolo del resto de las cosas, que, mientras se está apuntando al blanco, dejan de existir.

El blanco al que yo estoy apuntando con la yema de los dedos es un blanco directamente opuesto al previamente definido. Es un blanco que no se recorta de su entorno. No hay nada en la hoja a lo cual apuntar. Particularmente en la hoja de computadora. El blanco no aparece como objeto diferenciado al que apuntar, sino más bien una no-diferenciación de su entorno. Un blanco, para dificultar las cosas, móvil.

Escriba cuanto escriba esta noche en la que me siento incapaz de encontrar una salida, nunca llegaré, siquiera a alcanzar a ese blanco.

Aprieto “q”, la primera letra del teclado para mis siniestras manos, y el blanco se corre. Me acerco al final de una página, y el autoformato del procesador de texto que estoy empleando empuja mi último párrafo hacia la siguiente hoja, es decir, hacia el siguiente blanco.

En esta persecución de un blanco que no se puede concluir, a pesar de los intentos de todos los que con más o menos derecho nos hemos llamado escritores, intentaré agotar mis dedos y mis tribulaciones.

Pero basta de terminologías postestructuralistas pedantes. Basta de las no-entidades. Ustedes delante suyo tienen estas letras, este escrito que para ustedes es ya finito, aunque para mí todavía no lo es. Por lo tanto, el blanco desplazado deja para sus ojos de ser un blanco, es decir, algo a lo que apuntar. Ustedes ya apuntan a las letras. Ustedes pasan por esta oración apuntando a esta misma oración, mientras que yo paso por aquí intentando atinarle a un vacío que se escurre del otro lado de la barra titilante de escritura.

Así que para concretizar toda esta cháchara laberíntica de blancos y blancos (a no confundir), me impongo un tercer blanco al cual apuntar. Y nada más concreto y mundano como ser la extensión de un texto. Mi blanco será alcanzar esta noche las cinco páginas de escritura, y no ya el blanco. Ya mi blanco no será el blanco, sino este último blanco.

¿Se entiende? Prosigo.

Para lograr las cinco páginas (número arbitrario), voy a proceder de una manera inconexa y en constante fuga.

O sea, lo de siempre, pero esta vez declarado al comienzo.

Hecha esta introducción, no me queda más que dejarlos con las siguientes palabras, para que vean si pude acertar al blanco o si erré*.

*: Aclarado ya está que uno siempre yerra al blanco, así que da lo mismo.

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Prólogo, El.

El prólogo, primer tema sobre el cual hablar.

Es curiosa la aceptación y difusión que ha tenido este espacio de escritura. Si yo fuese un teórico hecho y derecho, me hubiera molestado en averiguar cuales fueron los primeros trabajos prologueados, qué función tenían estos prólogos primigenios, y demás datos genéticos, que nunca vienen mal a la hora de encarar un tema.

Pero lo cierto es que no soy un teórico hecho y derecho.

De hecho (o de derecho… o de hecho y derecho), no soy un teórico, así que puedo operar con mayor tranquilidad.

Entonces, si bien no puedo, o no quiero remontarme al pasado de los prólogos, si puedo caracterizar sus usos actuales, a fuerza de haber recorrido más de un prólogo en mis años de lectura.

El prólogo puede cumplir una serie muy variada de funciones.

Quizás, la más común es la de una introducción al texto inminente. Dicha introducción puede ser del orden temático, es decir, puede describir a grandes rasgos los temas que abordará la parte neurálgica del libro; puede también dar una introducción contextual, abarcando las situaciones en las que se encontraba el autor, o en las que se encontró el texto en sus orígenes, o en algún período de tiempo.

“Introducir” tiene raíces latinas, que creo poder dilucidar con mis muy rústicos conocimientos. Arriesgándome, puedo parafrasear una epistemología que refleja en “introducir”, algo así como “conducir hacia adentro”. Es decir, es una especie de puerta, o si se quiere, un túnel, por el cuál se ingresa para desembocar e determinado momento al texto.

Este “conducir hacia adentro” tan débilmente explicado, y con tantas dudas sostenido, revela la visión que tenemos como lectores del prólogo. Que incluso se revela en la epistemología de “prólogo”, es decir, “lo previo a la palabra”. Encontramos, así, a la palabra (definida, finita, limitada, igual a sí misma), y por otro lado, elementos que se sitúan fuera de la palabra. Elementos como palabras que se diferencian de la palabra, que conforman un texto separado y dominado. Este texto se sitúa, al igual que el título, la firma, el material sobre el que reposan (o se agitan) las letras, permanece ajeno al “adentro” del libro.

Incluso es común y socialmente aceptado saltear estos elementos periféricos a la hora de leer un libro, sin pensar si quiera que hacerlo modifica en algo la lectura del “adentro”.

Uno compra “El juguete rabioso”, de Arlt, por ejemplo, y quiere leer “El jueguete rabioso”. Y acompañando al texto se nos presenta algo separado, ajeno al texto, que es el prólogo. Un prólogo escrito por un Fulano de turno (que al tratarse de Arlt, generalmente se trata de Señores Fulanos, con todo el prestigio que eso representa), que nos lleva de la mano hasta la entrada del parque de diversiones que es el libro en sí.

Pero por otro lado, compramos “Ficciones”, de Borges, y se nos plantea una situación completamente distinta a la anterior. En el prólogo de “Ficciones”, es el propio Borges quien nos “conduce hacia adentro” del texto. Pero nadie en sus cabales osaría a remover ese prólogo y poner otro, por más que se trate, ya no del Señor, si no del Señorísimo Fulano.

¿Y por qué no se le ocurriría a nadie hacerlo? Por la simple razón de que el prólogo de Borges, esa introducción que “conduce hacia adentro”, ya es el adentro. Ya se está leyendo “Ficciones” cuando se lee la introducción a “Ficciones”. Algo interno se presenta como externo para apuntar hacia el interior, es decir para apuntarse a sí mismo. El "prologos" (escritura fonética del griego, "anterior a la palabra") se confunde con el “logos” (palabra).

Imaginemos, para hacer más costumbrista este asunto (y para llenar más rápidamente las cinco páginas), que salimos con alguien especial. Y fijamos como salida ir, por ejemplo, al cine.

Ahora, la salida, la experiencia de la salida, es un continuum que abarca tanto la película vista, como la charla posterior, el nerviosismo del ansia de una declaración que no se dará, la charla previa a la película, donde se dicen cosas tales como “no hay problema con tu demora, yo llegué hace cinco minutos” (mentira, ancestral mentira), y quizás también hasta el llamado telefónico que dio impulso a ver a la película. Recortar entonces la salida con esta persona especial al solo hecho de ver una película deja afuera una cantidad considerable de elementos que conforman la experiencia de la salida.

Como sea, me aburrí de los prólogos. Mejor no perdamos la costumbre y saltemos todo lo que queda por decir acerca de ellos, y pasemos a otro tema.

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El MP3, o la angurria pirata.

A ver, moral aparte.

La experiencia del MP3 tiene repercusiones considerables. De la amplia gamma de sectores que fueron sacudidos por esta tecnología, pienso hablar sobre el que menos sé, que es el musical. Ignoraré (o rozaré sin mayor profundidad) de esta manera aspectos tales como el moral o el mercantil.

A la hora de escuchar un MP3 nuestra experiencia musical es radicalmente distinta a la resultante de la música oído por medios legales.

Esto va más allá de la calidad de compresión. Al respecto, he de decir que hoy en día se pueden lograr compresiones con excelente calidad, ya sea en el común y conocido formato MP3, o en otros formatos. También cabe recordar que esto último no implica en rigor que las compresiones obtenidas sean óptimas. Circulan sin distinguirse de las buenas compresiones, las compresiones viejas, realizadas por gente no instruida plenamente en el asunto o por personas que por X motivos inclinaron la balanza hacia el notablemente menor tamaño, sacrificando por eso, la calidad sonora.

Todo esto se engloba en la esfera de la compresión del MP3, pero sería insuficiente tomar solo a estas variables para considerar la experiencia musical.

Cuando uno baja, compra, u obtiene de la manera que sea una discografía de una banda en MP3, pauperiza dicha obtención. El esfuerzo para conseguir los trabajos completos de casi cualquier banda no van más allá del de una búsqueda más o menos rigurosa, y un lapso brevísimo de tiempo para materializar los resultados de esa búsqueda.

En dos días máximo se tienen la discografía completa de los Rolling Stones, Radiohead, El club del clan, y demás.

Esto, contrapuesto a la búsqueda cuasi-arqueológica del clásico fan, que se sumerge en covachas, reductos y antros para encontrar las ediciones limitadas de un disco que a Bob Dylan se le ocurrió sacar cuando visitó a unos amigos en Tombuctú, reduce la satisfacción del oyente de una manera abismal.

Otro factor actúa en detrimento de la música en MP3. Esta vez se trata del entorno en el que se escucha este formato de música, a saber, mientras se usa la computadora. Generalmente, cuando uno prende la computadora y pone música, no se detiene ahí. Acompaña la experiencia con el uso de otras facilidades de la computadora, sea un navegador de Internet, un juego, un procesador de texto, etc. Y ya focalizando nuestra atención en otra cosa que no sea la música, perdemos muchos detalles de lo que estamos escuchando.

Las consecuencias se reflejan cuando efectivamente escuchamos esa música aislados de toda distracción, y descubrimos en ella detalles que antes no pudimos percibir.

A demás de esta falta de atención casi inherente a la música escuchada via PC, hay que sumar el muy material factor de la calidad de los parlantes de la computadora. Si bien hay muchos que establecen una conexión con sus equipos de música, aquellos que no sabemos pelar un cable sin sacarnos un ojo en el proceso, no podemos hacer más que depender de unos parlantitos que fueron concebidos para muchas cosas, mas no para escuchar System of a Down al máximo volumen.

Pero la verdad, escribir de esto, con toda esta retórica decimonónica, me aburre, y seguramente ya todos pueden deducir las consecuencias de la modificación experimental de la música en MP3, así que me muevo, y conmigo, se mueve mi discurso.

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Cómo hacer dos huevos fritos.

1. Cachá dos huevos de la heladera. Que sean dos marrones, o dos blancos. Si los mezclás, implotás. Yo conozco un pibe al que se le murió toda la familia así.

2. Sacá la sartén y ponela en el fuego con un cachito de aceite. Fijate que no tenga agua, porque si no viene Martín Karadagian y te hace el cortito.

3. Ahora agarrá los huevos.

4. Esos no, los otros.

5. Exacto. Ahora dales unos golpecitos contra la mesada, o si querés tener onda, contra la sartén.

6. Despacio animal.

7. Bueno, volcá los huevos adentro de la sartén.

8. …

9. ¿Le pusiste sal?

10. Ponele.

11. Si se te rompió uno, sos un pelotudo

12. Si se te rompieron los dos, no tenés perdón de Dios.

13. Incliná un cachito la sartén y con una cucharita tirale un poco del aceite caliente sobre las yemas. Tratá de no quemarte.

14. ¿Te quemaste, no?

15. Bueno, por boludo no te digo como seguir. Chau

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La trilogía del enamorado.


Qué siente Juan cuando está con ella (con vos).

Me siento bien, por momentos.

Siento que se facilita todo, que el discurso se libra de todas las trabas.

Siento con ella (con vos), como con nadie más, que puedo despojarme de las máscaras y sentirme cómodo. Siento la posibilidad del desnudo emocional, y me fascina ese sentimiento.

Ojalá sepan qué siento. Porque es hermoso.

Es dejarse ir por entre las corrientes de conversaciones desestructuradas. Es dejar de lado todo el plano del contenido. Es saciarse con saber que ella está (que vos estás) a mi lado.

Ella me debe hablar (vos me debés hablar) de una manera especial. Porque he hablado con otras personas de temas mucho más concernientes a mi persona, y con ninguna me sentí tan atrapado.

Nunca, verdaderamente nunca, me aburrí a su lado. Ella es (vos sos) tan especial… tan errática… tan única.

Imagínense un día de mucho calor.

Mucho de verdad.

El cuerpo pegajoso, gotitas de sudor en la frente, que cuando se las tratan de secar, se funden con las gotas de sudor de las manos. La ropa estampada contra el cuerpo. Se mueven, y parece que se chocan con una pared de calor.

Y ni una puta brisa.

Están fastidiosos, salen de su habitación, donde el ventilador no hace más que tirarles todo el calor junto en la cara, y van a la cocina.

Abren la puerta de la heladera, y hay un cubito.

En toda la heladera, en todo el mundo, en todo ese calor, solo hay un cubito.

Y lo toman entre sus manos y lo pasan por la frente, por el cuello, por el pecho…

Y por zonas, el calor y el fastidio se esfuman.

Aún así, todo el cuerpo nos grita calor, nos recuerda lo poco confortable de la situación.

Pero hay algo dentro nuestro que focaliza todo en el cuadradito cambiante de piel que se esconde abajo del cubito, que es cada vez más chiquito.

Eso es lo que siente Juan cuando está con ella (con vos).


Una sirena.

Después de saludarla, me subo al colectivo.

Es de noche… ocho de la noche, supongamos. Y aunque es otoño, no se siente frío en absoluto.

Fue una tarde maravillosa, como siempre.

Una alegría debería inundarme lo que tengo debajo de la camisa a cuadros, pero pareciera que en esas profundidades solo habita un vacío, donde la palabra alegría solo causa un eco agonizante.

Estoy triste, de verdad.

Y la música que suena en mis oídos no mejora las cosas. Pero está bien que sea así.

“As all things must surely have to end
And great loves will one day have to part”

Seguro sería así. No me atrevo a ponerlo a prueba, pero seguro sería así.

Por la ventanilla de este colectivo cuyo recorrido desconozco, se mezclan las luces de los autos.

¿Vieron cuando ponen la mirada borrosa? Es una experiencia rara… se fija la visión en un plano diferente de lo que se mira, y el objeto mirado parece difuminarse. Eso mismo hago con las luces de los autos.

Y parecen ahora todas una gran luz que baila.

Una lámpara de lava horizontal.

Pero, ¿en qué punto estoy fijando la visión?

La respuesta es obvia: en ella.

La veo detrás de ese mar de luces, y está más hermosa que nunca. Sus pupilas… Dios, sus pupilas… su piel… la luna se repite para tapizar sus brazos… es tan hermosa, señores.

Vuelvo a poner el mismo tema.

Segundo veintitrés:

“As all things must surely have to end
And great loves will one day have to part”

(Rewind)

“As all things must surely have to end
And great loves will one day have to part”

(Rewind)

“As all things must surely have to end
And great loves will one day have to part”

(Rewind)

“As all things must surely have to end
And great loves will one day have to part”

Así hasta que se grabe en lo más hondo. Así hasta que llene lo que está debajo de la camisa para que no haya más eco.

Y afuera siguen rompiendo contra la ventanilla las olas de luces.

Y en la profundidad de ese océano está ella.

Y sinceramente, me gustaría ahogarme.


Disarm you with a smile

Trendían que haberlo visto.

Tendría que haberme visto a mí mismo, porque mi cara debe haberse desarmado por completo.

Eso hizo con esa sonrisa. Me desarmó. Me dejó regado por toda la vereda, por toda esa esquina.

Fue como un impacto fuertísimo directo a la cabeza. Los que sufren de estos golpes, suelen olvidar lo que pasó en los inmediatos instantes anteriores y posteriores. Eso mismo alego yo.

No recuerdo a qué vino esa sonrisa, ni cómo reaccioné al verla.

Solo quedó plasmada en mi memoria ella sonriendo. Con sus ojos entrecerrados, su boca en dulce mueca, su cabeza elevada hacia la mía.

Como una instantánea.

Y yo quedé en esa esquina para siempre. Junté mis propios pedacitos, me fui, volví a mi casa, seguí mi vida, pero quedé para siempre en esa esquina.

Junto a esa sonrisa que me acecha.

De la misma manera acechan las panteras a sus presas.

Un biólogo con brotes de mal poeta debería decir “las panteras acechan a sus presas, cual sonrisa de amada a Juan Manuel Avila”.

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Decepciones.

A un chico se le suelta un globo en Buenos Aires y se le va volando. Le da un tinte extra de decepción, puesto que no es nada fácil encontrar globos inflados con helio en Buenos Aires.

Un puber, 13 años, en un baile en la casa de un amigo. Sentados a cada lado del salón están todas las chicas de un lado, y todos los chicos del otro. Música lenta. Nadie se anima. Él se levanta, se acerca a Valeria y la invita a bailar. “Gracias, pero quiero que me saque Martín”.

Cumple 14 años, y espera una Barbie que sea cantante, como ella no puede ser porque la maestra del colegio le dijo que no tenía buena voz. Llegan los padres a la casa, y el paquete metido en la bolsa de esa casa de ropa no quiere ser abierto. Ya estás grande.

El poema está todo arrugado. Lo lleva en el bolsillo desde hace semanas. Pero hoy sí. Claro que ayer también fue “hoy sí”, pero hoy, hoy sí sí. Las primeras horas se alargan por el sueño, el aburrimiento de matemáticas, la tensión del la espera, la mirada constante sobre el reloj. Recreo. El sudor juvenil ahoga las letras. Un pulso intermitente entrega la carta. “No”.

Bajó la discografía que tanto buscaba. El rock ha sido definido, o por lo menos, facetado por esta banda. Fue un logro encontrarla. Descomprimirla lleva apenas unos instantes. Fake, Palito Ortega.

El hombre espera a que llegue la muchacha. Dios, cómo le costó invitarla a salir. Y ella le dijo que sí. No lo podía creer. A ÉL le dijeron que sí. A él, a quien nadie le había dicho que sí antes, a no ser por monetarias retribuciones. Y así el hombre espera a que llegue la muchacha. Y espera. Y no hace en toda esa tarde nada más que esperar. A la noche llora.

Está acostado mirando la televisión apagada. La barba crecida (para quién cortarla), el cuerpo hediondo (para quién bañarlo). Entre las manos grasosas, un portarretratos sin foto. Quizás una gota que cayó de la canilla mohosa, o un gato que entró por la ventana para comer las sobras lo despabiló. Corre hacia la puerta, mira por la mirilla mientras frenético busca la llave. El pasillo vacío. No va a volver de la tumba, iluso.

Casi ocupados todos los asientos del colectivo. Sube una señorita. Saca el mismo boleto que él. La misma edad, estimativamente. Quizás prefieran la misma música. Quizás prefiera pasar sus ratos libres mirando por la ventana como él. Quizás prefiera pasar unos meses a su lado. Quizás… pero lo cierto es que prefiere sentarse junto a la señora de la segunda fila, y también prefiere bajarse antes que él.

El escritor da lo mejor de sí. Se convence, después de días de encono y meditación sobre esas líneas, considera que es bueno, y se siente satisfecho. “Muy bueno, se parece mucho a un cuento de Cortázar”. Y el tacho de basura se puebla súbitamente.

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Conclusión.

He intentado alcanzar un blanco. Aquel blanco que no era el blanco, sino el blanco definido por las cinco hojas. Es decir, por la ausencia de blanco en cinco hojas consecutivas. Aquel blanco desprovisto de blancos. Ese mismo.

Y desafortunadamente veo que he fallado en mi puntería. La flecha ha volado por sobre aquel blanco y se perdió en el blanco del cielo. No dio en el blanco, sino en el blanco.

Así que aquí tienen el final del post.

Un post fracasado.

Un post aburrido.

Un post innecesariamente largo

Pero un post al fin.

2 comentarios:

Ferdinand Mortnais dijo...

qué? no son 5 páginas?


--el post tiene tantos temas que no voy a comentar cada uno. sí, de pajero que soy--

Anónimo dijo...

fucking special texto......amo como escribe el asesino.......