A ver… en mis veinte años. Allá por los años 2005 y 2006.
Recuerdo que desaprobé dos finales, cosa que era muy relevante para mí en aquel entonces. Quizás la banalidad de esos eventos lo opaque a los ojos contemporáneos, pero para alguien que no hacía de su vida nada más que la persecución de un triunfo académico, fue algo bastante molesto.
Una señorita rompió un pedacito de mi corazón, y a otra no tuve las agallas de informarle mis sentimientos para que pudiera romper los pedacitos restantes.
Renuncié en esos meses que formaron mi vigésimo año a la idea romanticista del amor, aunque quizás no totalmente, para pesar mío.
También perdí la compañía de un diminuto ser que rescaté de la muerte, algo tan insignificante como una mascota. Da vergüenza confesar el dolor que su pérdida me ocasionó.
Renuncié una vez más al proyecto de escritura de una novela.
Forjé y posteriormente abandoné la continuidad de mi primer espacio de escritura en los campos virtuales de la internet. Eso fue todo un acontecimiento. Fue el acercamiento y la patada de rechazo entre la literatura y Juan.
Lo cierto es que algo quedó en el camino.
Finalmente reconocí la carrera infinita de la que participa el ser humano. De que todo triunfo no hace más que erigir un nuevo objetivo. Y que a fin de cuentas, triunfar o perder es una contingencia sin importancia en el gran esquema de nuestras vidas, puesto que en el mejor de los casos tan solo se trata de un cambio de objetivos. Es la llamada “naturaleza inquisitiva del hombre”.
Reconocida la circularidad, la infinitud, la nimiedad, el esfuerzo por satisfacer cualquier deseo se vio aniquilado de fundamentos. Todo se resumió en la pregunta ¿Para qué?
Y aún no puedo responder esa pregunta.
Si me preguntan, es un paso sin marcha atrás. Una vez que se reconoce, o que se encara la cuestión desde esta óptica, ya no hay manera de volver los pasos. Es como el agnosticismo (de hecho, ES EL agnosticismo).
Así terminé mis veinte años.
Pérdidas de tiempo y esfuerzo académico.
Pérdidas amorosas y sentimentales.
Pérdidas literarias.
Pérdidas existenciales.
En resumen, mis veinte años han sido una pérdida de tiempo. Pero tampoco es tan importante… de una manera u otra hay que llenar el tiempo antes de morirse, y mejor pasarlo haciendo nimiedades y superficialidades, así nos vamos acostumbrando al olvido.
29 marzo 2006
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5 comentarios:
pará, cumplis años??
comparto el sentimiento también a puertas del mío. aunque una vez entrado en la espiral de los veintipico sólo resta esperar que las cosas sean peor y peor. asi es la vida. y al que no le guste, prontito por la salida.
en el caso de que la respuesta a la pregunta sea "si", felicidades, entonces.
que alegría volver a ver tus palabras inundado mi pantalla. el tiempo corre y mis obligaciones me obligan a darte un mensaje breve pero lleno de cariño: felicidades nen, ojalá pudiera decirtelo en directo y con exclamaciones de sorpresa. Millones de besos.
Ferdinand: sí señor, mayoría de edad me golpeó de lleno. La sociedad me ha envestido con nuevos super poderes, como el de poder tener propiedades y demás zarazas. No podría importarme menos. Concuerdo como lo del veintipico… ahora solo me queda esperar a llegar a los 60, que es una edad con mucha onda. Nos veremos entonces.
Arwen: que dicha tenerla por acá señorita. No se fíe del movimiento del blog. Este lugar está oficialmente muerto. Todo lo que aparezca aquí es similar a los impulsos nerviosos que sacuden miembros a los cadáveres asustando gente en los velorios.
Por otro lado, le mando un beso, y te deseo mucha suerte en las tropelías de este año.
juan....yo creo en la reencarnación....nada es tan grave...quizas en otra vida sea una cebra como siempre soñé o una gaviota.......
limalaaaaaaaaaaa
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