29 marzo 2006

Feliz cumpleaños

A ver… en mis veinte años. Allá por los años 2005 y 2006.
Recuerdo que desaprobé dos finales, cosa que era muy relevante para mí en aquel entonces. Quizás la banalidad de esos eventos lo opaque a los ojos contemporáneos, pero para alguien que no hacía de su vida nada más que la persecución de un triunfo académico, fue algo bastante molesto.
Una señorita rompió un pedacito de mi corazón, y a otra no tuve las agallas de informarle mis sentimientos para que pudiera romper los pedacitos restantes.
Renuncié en esos meses que formaron mi vigésimo año a la idea romanticista del amor, aunque quizás no totalmente, para pesar mío.
También perdí la compañía de un diminuto ser que rescaté de la muerte, algo tan insignificante como una mascota. Da vergüenza confesar el dolor que su pérdida me ocasionó.
Renuncié una vez más al proyecto de escritura de una novela.
Forjé y posteriormente abandoné la continuidad de mi primer espacio de escritura en los campos virtuales de la internet. Eso fue todo un acontecimiento. Fue el acercamiento y la patada de rechazo entre la literatura y Juan.

Lo cierto es que algo quedó en el camino.

Finalmente reconocí la carrera infinita de la que participa el ser humano. De que todo triunfo no hace más que erigir un nuevo objetivo. Y que a fin de cuentas, triunfar o perder es una contingencia sin importancia en el gran esquema de nuestras vidas, puesto que en el mejor de los casos tan solo se trata de un cambio de objetivos. Es la llamada “naturaleza inquisitiva del hombre”.
Reconocida la circularidad, la infinitud, la nimiedad, el esfuerzo por satisfacer cualquier deseo se vio aniquilado de fundamentos. Todo se resumió en la pregunta ¿Para qué?
Y aún no puedo responder esa pregunta.
Si me preguntan, es un paso sin marcha atrás. Una vez que se reconoce, o que se encara la cuestión desde esta óptica, ya no hay manera de volver los pasos. Es como el agnosticismo (de hecho, ES EL agnosticismo).

Así terminé mis veinte años.

Pérdidas de tiempo y esfuerzo académico.
Pérdidas amorosas y sentimentales.
Pérdidas literarias.
Pérdidas existenciales.

En resumen, mis veinte años han sido una pérdida de tiempo. Pero tampoco es tan importante… de una manera u otra hay que llenar el tiempo antes de morirse, y mejor pasarlo haciendo nimiedades y superficialidades, así nos vamos acostumbrando al olvido.

26 marzo 2006

Poema malo pero cortito

(la genialidad del título del post se la debo a Sofovic, y a su programa "rompeportones", que me educó en artes humorísticas y felinas en mis dulces y corrompidos 14 años)

Juan


Juan triste
Juan solo
Juan huraño.

Juan cansado
Juan escéptico
Juan nihilista.

Juan luces apagadas
Juan cara contra la almohada
Juan lágrimas saladas.

Juan desesperado
Juan patético
Juan mascarada.

Juan callado
Juan hostigado por el entorno
Juan parlanchín.

Juan escritor
Juan frustrado
Juan silenciado por Juan.

Juan música
Juan imposibilidad
Juan ridículo.

Juan original
Juan circular
Juan repetitivo.

Juan despreciable
Juan asqueroso
Juan aburrido.

Juan superior
Juan imparcial
Juan inferior.

Juan niño prodigio
Juan adolescente marginado
Juan joven depresivo.

Juan adulto mecanizado
Juan mayor avaro
Juan viejo decrépito.

Juan muerte buscada
Juan muerte temida
Juan muerte llegada.

Juan memorias difusas
Juan flashes de recuerdos
Juan olvido.

19 marzo 2006

Un hombre

Un hombre carente de vello y ropas, frente a un abismo.

Un hombre que no encuentra delante de él más que el vacío. Que con sus ojos ve la perdición, y en sus espaldas no encuentra nada que lo rescate.

Un hombre acompañado solo del silencio. De un silencio impenetrable. De un silencio denso. Comparable metonímicamente con la visión de un cielo despejado de nubes. Un silencio azul eterno, donde los oídos nos pueden fijar sus pupilas en otra cosa que en el azul sin profundidad, es decir: en el silencio.

Un hombre, un abismo, un silencio.

Un hombre que, a pesar del silencio, siente que alguien o algo lo empujará al abismo. Y que ese empujón está a cada momento más próximo. Y que el día en que caer no fue una preocupación, está a cada momento más lejano.

Un hombre que sospecha que, de no haber nada más que el silencio, el abismo, y el hombre, solo el hombre mismo puede lanzarlo al abismo. Un hombre que deduce que se empujará al abismo.

Un hombre que tiene ya la mitad de ambos pies flotando en el precipicio. Que está levemente aferrado a la tierra por dos talones que son el epílogo de lo que fue.

Un hombre que siente su fría transpiración caer por su frente, llegando a la mejilla, y uniéndose en el mentón con el torrente de lágrimas.

Un hombre que se siente caer.

Un hombre que cae.

Un hombre que ve al caer, que él mismo se empujó. Que él mismo está a la orilla del abismo, mirando hacia el fondo, perdiendo de vista a quien acaba de empujar.

Un hombre mirando a un hombre.

Un hombre carente de vello y ropas, frente a un abismo.